De mi época remota en los barcos de Greenpeace, una de las más bellas imágenes grabadas en mi memoria es una tropa de orcas cruzando majestuosamente el estrecho de Gibraltar, una mañana del otoño de 1984. Durante aquella expedición, me acuerdo también de unos atuneros que abordaron nuestro buque para regalarnos un atún o dos recién pescados, en señal de apoyo por la misión de protección de las ballenas que estabamos realizando en ese momento.
Me ha dolido pues, leer el reportaje que hoy publica El País sobre la competencia entre los atuneros y las orcas en el estrecho de Gibraltar.
El pescador que llama a las orcas "hijas de p..." debería leer el número de Abril de la revista National Geographic dedicado a la crisis pesquera mundial, y a la desaparición del atún rojo en particular.
La dramatica guerra entre atuneros y orcas es otro efecto bumerang de la destrucción de los bancos de atún rojo en el Mediterraneo.
Ante la irresponsabilidad de la comunidad internacional (Unión Europea incluida), perdemos todos: pierden los atunes, las orcas, los pescadores, los consumidores.
El pescador disparando sobre unas orcas que no tienen otra opción que acercarse en sus redes para comer es el paradigma de la guerra entre la naturaleza y la humanidad.
Guerra que no hace más que comenzar, me temo.
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