Sunday, October 08, 2006

España bananera



Muchos españoles suelen utilizar un neologismo, que no me gusta nada por el desprecio y la ignorancia que revela hacía países y gente que no tienen la misma suerte que los habitantes del mal llamado Primer Mundo: cuando constatan o comentan una chapuza o un hecho anticuado, muchos Españoles dicen que es tercermundista.

Por ejemplo:

Aquel barrio periférico marginal, ¡tercermundista!
Ese programa de televisión basura, ¡tercermundista!
Tal basurero contaminante, ¡tercermundista!
Los vertidos salvajes tan frecuentes en toda la geografía española, ¡tercermundistas!
El caos circulatorio en casi todas las ciudades españolas, ¡tercermundista!

Y por supuesto cuando los alcaldes de una comarca se ligan para reclamar una autovía que les permita meterse un buen paquete en los bolsillos con la recalificación de terrenos y permitir la invasión de ladrillos y cemento y la proliferación de campos de golf insostenibles, te explican que, claro, la antigua carretera es tercermundista.

Tercermundista, para la España negra, es el insulto supremo. Y sirve para justificar lo injustificable.

[Yo no se si algún Roland Barthes español ha analizado lo que se esconde detrás de esta fea expresión; yo supongo que para muchos se trata de quitarse subconscientemente las penas y las responsabilidades: ¿Porque plantearse cambiar esas malas costumbres, si son tercermundistas? Cómo sabe todo el mundo, España es miembro de la OECD, el club de los ricos desde 1960; ¡No me mires; mira al vecino!, yo no tengo nada que ver con eso.]

¿A qué viene todo esto?

Mientras España (y sus municipios) recibe fondos de la Unión Europea para llevar a cabo programas de conservación de la biodiversidad (de las cigueñas negras entre otras especies y de habitats vulnerables), unos alcaldes y empresarios sin escrupulos se permiten tirarlo todo por la borda. En el territorio español, andan sueltas bandas de delincuentes que no dudan en arrasar lo que les apetezca a toda costa, incluso a costa de la Ley. Y ¡no pasa nada!

Hace dos días, yo tuve la alegría de mandar un email de enhorabuena a mi amigo Luis Santiago Cano, uno de los biólogos que más han hecho (y hacen pese a las trabas) para que sobreviva la cigueña negra. Yo le mande este email inmediatamente después de enterarme que para salvaguardar la especie a la cual él ha dedicado su vida, el Tribunal Superior de Justicia había ordenado la paralización de un proyecto faráonico e insostenible; un proyecto como ya casi se ven sólo en España dentro del territorio de la Unión Europea [tomen nota: no he dicho proyecto tercermundista].

Pero esta mañana, yo me enteré por el diario El País que como respuesta desafiante a la sentencia del Tribunal Superior de Justicia, las máquinas se han puesto en marcha, y empezaron a talar más de mil arboles, aparentemente sin que la Guardia Civil supiera o quisiese parar este flagrante delito. Estamos en plena política de hechos consumados: "¡Aquí no hay ni cigueñas negras ni leches, veán Señores, aquí no queda náa!".

[Con la nueva Ley de Montes que dificulta la recalificación de terrenos quemados, ¿el bulldozer y la motosierra reemplazan el mechero?]

Yo me acuerdo que cuando yo daba mis primeros pasos por España, en la época de la Transición democrática, se hablaba (con la mirada optimista hacia el futuro) del hormigón franquista, para significar que el expolio de la costa y del resto de la naturaleza era cosa del pasado.

Treinta años después, duele decir que el hormigón democrático no es mejor.



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